Izquierda y neofeminismo (I)
La izquierda del último siglo y los movimientos sociales feministas llevan décadas realimentándose a costa del dinero del contribuyente. Es una relación simbiótica entre ellos y parasitaria respecto a todos los demás. Sus estrategias no han encontrado oposición por parte de la derecha.
Corrían los años sesenta cuando Erin Pizzey abrió sus refugios para mujeres maltratadas en Reino Unido. Su proyecto tuvo un gran éxito y pronto empezó a recibir donaciones privadas. Las cosas van bien hasta los setenta, cuando Pizzey empieza a recibir amenazas de muerte… De parte de otras feministas. Ya en aquella época, Pizzey, encuadrada dentro de la segunda ola del feminismo, defendía cosas como que la violencia en pareja es recíproca, que la mujer no es un ser desvalido que requiera de protección especial y que el feminismo se había convertido en una industria multimillonaria. Y es a estas nuevas feministas a quienes la izquierda británica, los laboristas de Edward Heath, regaron con dinero público.
La pregunta que el lector se puede estar haciendo ahora mismo es, ¿cómo diablos cambió el panorama radicalmente en cuestión de una década? Y para responder a esa pregunta, querido lector, deberemos hacer ineludiblemente un recorrido por la historia política y social moderna. Habrá hippies, lucha de identidades, una izquierda ruin y una derecha cobarde. Empezamos.
La dependencia del feminismo del dinero del contribuyente es la reacción instintiva de un movimiento que, habiendo nacido con el objetivo de desaparecer, ve la necesidad de perpetuar su influencia en la sociedad.
El punto de inflexión
Años 60 en occidente. Las reinvindicaciones sociales para con la mujer de la izquierda se habían cumplido en numerosos países. Sufragio femenino, incorporación al mercado laboral y libertad sexual reconocida por las leyes. Prueba de que el puritanismo había llegado a su fin es la portada de la revista Playboy en el 63, donde se mostraba a una exhuberante Jayne Mansfield en paños menores. La pornografía además, se normalizaría en los 70. ¿Qué faltaba entonces por conquistar?
La necesidad de la lucha
Toda gran historia requiere de un gran conflicto, y todos los políticos requieren contar una historia. O como dijo el brillante Grouxo Marx, «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». ¿Se imaginan a la izquierda diciendo que ya no había nada más que hacer en la lucha social? ¿Que las mujeres ya eran iguales que los hombres a ojos de la ley y buena parte de la sociedad? Eso hubiera sido perder un importante filón comercial político de cara al electorado, así que tocaba inventarse otra cosa.
El principio del fin
En 1970, la hasta entonces asociación «Feminin, Masculin, Avenir» («Femenino, Masculino, Futuro») se rebautiza como «Feminismo, Marxismo, Acción» y deja de aceptar hombres. No es casualidad que esto ocurra en pleno apogeo del movimiento hippie iniciado en Estados Unidos. Coincide además, en la década en la que Pizzey denuncia que el feminismo se convierte en un negocio estatal. La dependencia del feminismo del dinero del contribuyente es la reacción instintiva de un movimiento que, habiendo nacido con el objetivo de desaparecer, ve la necesidad de perpetuar su influencia en la sociedad. Su escoramiento a la izquierda radical, muy habituada a eso de controlar el dinero ajeno, es un paso natural.
¿Qué ganan los políticos? Pues como ya hemos comentado, seguir abanderando una lucha que se sabía justa hasta entonces. Con la diferencia de que ya no volvería a ser justa nunca más. Mucho ha llovido desde aquellos años, pero la tendencia del feminismo, o neofeminismo si consideramos una ruptura con el anterior paradigma, ha seguido en la misma dirección. Pero, ¿qué ha estado haciendo la derecha hasta nuestros días? Para la respuesta a esta pregunta tendremos que esperar al siguiente capítulo de esta entrada.