Las mujeres que no amaban a las mujeres

Hace tan solo un par de días, yendo en tren, escuché (pecando de cotilla) la conversación que mantenían dos mujeres de edad universitaria. Curiosamente, venían hablando de un tema sobre el cual llevaba días pensando.

No sé cómo empezó la tertulia ni qué motivó a una de las dos mujeres a decir lo que declaró. Sin embargo, algo era evidente: se sentía orgullosa de ello. «Yo no sé cocinar ni una tortilla francesa».
Es sumamente representativo de la sociedad actual. Acostumbrada a una educación excesivamente laxa, deniega cualquier esfuerzo, promueve el parasitismo y menosprecia a quien osa tomar responsabilidades.

Sin embargo, otra lectura (no necesariamente independiente de la anterior) que podemos apreciar es la influencia del movimiento feminista. Este ha generado un rechazo hacia lo que, tradicionalmente, ha representado a la mujer, ya sea de manera histórica o simbólica.

 

Tan solo hay que ver la reacción de las personas que profesan dicha ideología. Como cuando se encuentran frente a Carlota, una concursante de “Masterchef Junior” que eligió como regalo una muñeca. De igual modo, frente a Laura Escanes, una chica de 22 años que decidió (libremente, recordemos) casarse joven, dedicarse al mundo de la moda y embarazarse.

 

Tampoco hace falta irnos a casos tan conocidos. Cuando una mujer expresa en Twitter abiertamente que desea ser ama de casa, que se depila o muestra interés por el matrimonio es increpada por un grupo virtual de chicas ansiosas de señalar cualquier comportamiento que es, bajo su juicio, deleznable. Por supuesto, cuando una fémina dice no sentir instinto maternal o presume de odiar las películas de romance es alabada.

Aquí es cuando se hace palpable el menosprecio que sienten las feministas por las mujeres. Es evidente que existen diferencias biológicas y psicológicas entre sexos y que la cultura se erige reforzando las tendencias naturales de cada uno. Aceptan que las características típicamente femeninas son inferiores a la de los hombres en un afán de compararse e igualarse a ellos.


Rehúsan que la mujer elija, de manera voluntaria, qué hacer con su vida

Durante muchos años, han ido moviendo los parámetros hasta posicionarlos donde los del hombre. Rehúsan que la mujer elija, de manera voluntaria, qué hacer con su vida. En su lugar, el feminismo adopta un papel paternalista en el que selecciona las opciones «correctas» para que el sexo femenino no se desvíe del camino trazado.

Para conseguir dicho propósito, buscan alcanzar puestos de poder y control. De esta manera, se encargan de crear condicionantes que empujan a la modificación de las inclinaciones innatas. Así vemos como el Estado, en un intento más de someter a la sociedad, ha empezado a exigir el cumplimiento de unas cuotas mal llamadas justas o ha promovido el discurso de igualdad de resultados en las aulas.

Esto me hace plantear una cuestión: ¿está el feminismo actual fundamentado en la misoginia?

Como expliqué en mi vídeo sobre la persona totalitaria, quien se convierte en un cerebro más de la mente colmena suele presentar cierto grado de inmadurez. Entre el gran cuadro de síntomas o características, una baja autoestima y una percepción generalizada de inseguridad son fáciles de ver. Esto es debido a la falta de experiencias vitales y, consecuentemente, a la carencia de una identidad plenamente formada.

Es decir, se encuentran en un caldo de cultivo ideal para acabar padeciendo de un complejo de inferioridad y este es el caso del que hablo.

Hemos llegado al extremo de negar las diferencias fisiológicas y anatómicas del cerebro humano. A esto le llaman neurosexismo. Directamente asumen que cualquier divergencia actúa siempre en contra de las mujeres.

¿Por qué no asumen que cualquier juicio sobre estas disparidades no es más que una consideración subjetiva de la realidad y que no necesariamente supone la existencia de una cualidad peor que la otra? ¿Por qué el hecho de que las mujeres tiendan, por norma general, a los estudios sociales las deja en una posición por debajo de los hombres, que se inclinan a los estudios científicos?

Quizá es momento de recobrar la sensatez y abrazar nuestras particularidades. Volver a entender que nuestras desemejanzas no suponen obstáculos para el desarrollo personal si son bien usadas. Aceptar que estas son complementarias con las de los otros.

Por encima de todo, debemos comprender que igualdad y libertad son ideas antagónicas entre sí. La búsqueda y la imposición de la primera no es más que una agresión hacia lo que nos define como individuos, el derecho a la autodeterminación personal.