Reflexión de una joven ex-feminista

Hemos invitado a una joven, de nombre Alicia Díaz, a compartir por aquí una reflexión que ha escrito sobre cómo y por qué dejó de ser feminista.

 

Cuando pienso en las razones por las que dejé de identificarme con el feminismo, mi mente vuela hacia el día que lo cambió todo. 8 de marzo, día de la mujer trabajadora.

Hasta entonces no tenía tapujos en gritar a los cuatro vientos lo muy feminista que era. Fuese en la calle o en el aula, yo defendía la idea de que las mujeres seguíamos marginadas en la sociedad de hoy en día.

“¿Vas a ir a la marcha?” le pregunto a mi mejor amigo.

“No quieren la igualdad” responde mi amigo con cierto miedo. En aquel entonces no entendía por qué alguien debía temer al feminismo y a día de hoy sí lo comprendo.

Ya son las 7 de la tarde y Atocha está reventada de mujeres y hombres. Aquel era un día histórico y sin embargo, me sentí incómoda. “Machista el que no bote” gritan algunas desde megáfonos morados.
Los hombres botan sin pensarlo, tan asustados como lo estaba mi amigo aquella mañana.
Esa es la realidad del feminismo actual: todo aquel que no esté de acuerdo con lo que diga es machista.
Un movimiento social que previamente había defendido la libertad ahora se convertía en totalitario.

Ya son las siete y media y mi incomodidad incrementa cada segundo que transcurre. Decido volver a casa e investigar. Son las nueve y me entero de que casi ningún sector ha secundado la huelga. Jamás me había sentido tan desengañada.

Han pasado ya cinco meses. He podido presenciar las turbas enfurecidas que buscan la justicia popular o cómo una palabra bonita a una desconocida se convierte en delito.
No solo he presenciado, también he sufrido.
He sufrido al darme cuenta de que es el hombre el que sufre a raíz de la Ley Integral de Violencia de Género. He sufrido leyendo las historias de padres separados de sus hijos. Y también he sufrido acoso e insultos por defender la verdadera igualdad entre géneros.
He sufrido críticas por no creer a una mujer sin pruebas. Me han llamado “misógina” por pensar que se debe juzgar por los actos y no por el carácter odioso. Es decir, la objetividad frente la subjetividad.

Para las mujeres que cuestionan al feminismo o discrepan de él, como las que estamos en el grupo #UngaUngaArmy, el acoso es casi diario.
Llegan a dudar de nuestro género solo porque afirmamos que el feminismo de la LIVG y los linchamientos públicos no nos representa ni nos representará jamás.
Esto solo me indica que no me equivoqué al cambiar de bando aquel ocho de marzo.
Sólo indica que no quieren la libertad de pensamiento para cada una, quieren esclavizarte bajo sus dogmas misándricos y totalitarios.

No soy feminista porque no veo géneros, veo personas.
Veo personas discriminadas por leyes injustas instauradas por las mismas que dicen ser discriminadas.
Veo que la presunción de inocencia y la justicia objetiva son destruidas bajo el hashtag #JusticiaPatriarcal. Veo hipocresía e incoherencias. Veo hembrismo, y eso es tan malo como ver machismo.